El término “plantas terrestres” tiene 2 significados. Desde una perspectiva evolutiva, engloba a un numeroso y variado grupo de vegetales (que incluyen hepáticas, musgos, helechos y plantas con semillas, entre otros), que sufrieron adaptaciones morfológicas, anatómicas y genéticas en sus cuerpos. Estas adaptaciones le permitieron vivir sobre la tierra, es decir, fuera del agua. El otro significado que tiene el término, está asociado al hábitat, es decir al lugar donde vive el organismo. En esta acepción, el término solamente busca indicar donde es factible hallar un vegetal. Así, cuando se habla de acúatico se estaría indicando que vive sumergido en el agua, o que flota en el agua, o que se halla en la orilla de un curso de agua; en contraposición un organismo terrestre se lo debería hallar recorriendo el terreno, es decir, arraigado en la tierra.

No todas las plantas terrestres son iguales ni presentan el mismo tamaño. Hay árboles, hierbas y arbustos; a su vez hay árboles de baja altura y árboles enormes y -del mismo modo- sabemos de hierbas rastreras (de pocos centímetros de alto) y de hierbas mayores a un metro de altura. Estas diferencias responden básicamente a su competencia -durante miles de años- con otras plantas de la comunidad por tener los recursos que necesita para vivir (espacio, luz, agua y nutrientes) y de esa manera completar su ciclo de vida. Toda esa información se fue acumulando y heredando (pasando de una generación a otra) como información genética contenida en sus células.

Mencionamos la existencia de árboles, arbustos e hierbas, veamos ahora como distinguirlas en el campo. Un vegetal se considera “árbol” cuando su cuerpo presenta un tronco leñoso, grueso y elevado que forma ramas (se ramifica) a más de un metro de altura con respecto al suelo. Cuando el vegetal tiene un tronco leñoso, duro y ramifica cerca o próximo al suelo se llama “arbusto”. Mientras que si el vegetal tiene un tallo herbáceo (no leñoso), más frágil y jugoso se denomina “hierba”.