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CLEMENTE FRANCISCO PUCCINELLI

(Grutly, Santa Fe 1905 – Santa Fe 1986)

Un pintor llamado Francisco Clemente Puccinelli - Por J.M. Taverna Irigoyen
Edición impresa del 27/07/2005

Fue el último pintor de caballete al hombro que atravesó las calles de Santa Fe. El más fiel transcriptor del espíritu de iglesias, paseos, viejos edificios, barrios. Su obra lo representaba como huella digital, pero él estaba más allá de su obra. Refinado, sencillo, profundamente humano, era ese amigo prudente y confiado que estaba presto para dar la mano. Y el buen consejero del artista joven. Y el viajero incansable...
Francisco Clemente Puccinelli representó una época cultural y artística de singular relieve. Sin pretender protagonismos, Santa Fe lo ubicó en un lugar distintivo. Y en verdad, su figura y su obra nutrieron muchos de los capítulos fundamentales de la historia ciudadana de intelectuales y creadores de la región.
Perteneció a la segunda generación de pintores santafesinos, junto a Enrique Estrada Bello, César Fernández Navarro, José Domenichini, Raúl Schurjin, Ricardo Supisiche, César López Claro, Matías Molinas, Pedro Logarzo, Julio Lammertyn, José Planas Casas, Lausen Freyre Beñatena. Y fue un admirable ejemplo en lo que a consustanciación y receptibilidad popular de su pintura refiere.
Puccinelli se formó en la Escuela de Bellas Artes de Marsella, y fue por este hecho y más por vuelo propio, un pintor de esprit francés. Su pincelada alegre, fresca y luminosa como pocas, recuerda vírgulas y toques de Matisse, de Dufy: tanto en los limpios cielos y las profundas aguas, como en cada detalle de la naturaleza que se empeñó en retratar.
Aunque frecuentó el óleo, fue un fervoroso cultor de la acuarela: una técnica que dominaba como pocos y por la cual más de una vez se lo asoció con el gran Jorge Larco. Pero Puccinelli poseía lo propio: fluidez en las aguas, precisión del efecto caracterizador, sensualidad de atmósfera. Su pincel, sin buscar el au plain air de los impresionistas, aplicaba las leyes ópticas de Chevreul y de Newton con una perspicacia y precisión admirables. Es que sus paisajes rezumaban luminosidad, poseían brisas propias.

Con una gran limpieza en los recursos plásticos, Puccinelli fue -como pocos- el auténtico transcriptor de lo simple y lo enorme de la naturaleza; el feliz descubridor de los secretos de un ramo de flores; el arquitecto lineal de pueblos y ciudades de muy lejanas geografías. Pintó el Santa Fe colonial y un San José del Rincón de arenas y naranjales. Pero también (y esto hay que destacarlo especialmente) todos los rincones del país en sus más opuestas latitudes.
Centenares de magníficas acuarelas del norte y del sur, del típico noroeste y las costas atlánticas, dan crédito de este aserto.
Viajó por América, de Brasil a Chile, de Bolivia a Perú, de Paraguay a México, captando acentos y costumbrismos en el fluido juego de sus pigmentos. Y más allá del océano, su Francia admirada: París, Marsella, la incomparable Costa Azul quedaron atrapadas por el toque de su pincel, paradójicamente sereno y nervioso, ajustado y rítmico, profundo y aligerado. ¡Cuánta alegría traía, al regresar, con sus carpetas repletas de obras y apuntes de la incomparable Paraty, de Bariloche o de los canales fueguinos...!
Fue un pintor intimista, dentro de su modulación propia. Quizá lo marcaran algunos maestros postimpresionistas, algunos nabis, propulsores del puntillismo.
Pero, simple en su profundidad, él prefirió pintar con la misma naturalidad como se habla. Si ésa era su expresión...
Francisco Clemente Puccinelli nació hace cien años, en Grutly, un pueblito de la provincia de Santa Fe, un 3 de agosto de 1905. Murió en la ciudad de Santa Fe, donde vivió con sus adorables hermanas, Antoinette y Niní, un 27 de noviembre de 1986. Con la desaparición de Totó, Santa Fe perdió una parte de su ayer.