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JUAN CINGOLANI

(San Edigio, Macerata, Italia 1859- Santa Fe, Argentina 1932)

Cingolani nace en una familia de orígenes campesinos en San Edigio pero ya a los 15 años consigue una beca del Consejo Provincial de Macerata para seguir cursos en la Academia de Bellas Artes de Perugia, donde se recibe de Profesor a los 20 años. En 1880 viaja a Roma donde frecuentó distintos cursos, aunque lamentándose siempre de la pobreza que le impedía estudiar en academias donde concurrían los jóvenes pintores italianos y extranjeros para ejercitarse y perfeccionarse en el arte.

Afortunadamente toma contacto con Monseñor Nazareno Marzolini quien lo orienta hacia la pintura religiosa y lo presenta al director de los Palacios Pontificios.Trabaja como restaurador en el Vaticano en particular en una de las tantas restauraciones del Juicio Final de Miguel Ángel en el apartamento Borgia, en las Salas de Rafaello Sanzio. Es retratista de León XIII y Pio X y de los cardenales Schiaffino, Moceni, Flaward y Sempratovich. La tela que más descolló fue “Torquato Tasso en la Academia de los Cadenatti” que se encuentra en la Sala Consistorial de Macerata. Su boceto junto a las magníficas cabezas de estudio de las principales 15 cabezas de tamaño natural, descolló y lo consagró en el medio. Fue retratista también de miembros de la nobleza y honrado con la amistad del Papa León XIII. Durante treinta años realizó obras de singular talento en Roma, Carpinetto y Pollenza. Sus pinturas se encuentran en Constantinopla, Turquía, Francia e Italia.

Con 50 años, en 1909, llega a Santa Fe de la que no se alejará hasta su muerte. Catalina Pistone afirma que “razones sentimentales, familiaresy afectos explican el cambio de ambiente, de otro modo inconcebible” y lo circunscribe a un gesto de humildad artística (Rev. N° 51 de la Junta Pcial de Estudios Históricos de Santa Fe: 49). Pero la hija de su dilecto alumno, José Domenichini, aporta un dato confesado por Cingolani a su alumno, que permite explicar tan inconcebible cambio. En una época en que todavía no existía el “derecho de autor” y el poder recurrir a la justicia para impedir el robo de una firma, la falaz actitud de un colega romano que se apropió de varias de sus obras borrando la firma del creador y superponiendo la propia para venderlas sacando importantes ganancias, obligó a Cingolani a alejarse para, según le confesara a Domenichini, no cometer en un acto de furia, una acción que lo condenara para siempre.

Es por esto que decide entonces alejarse de Italia y viajar junto a su familia a la Argentina. Más precisamente a Santa Fe donde un hermano suyo estaba desarrollando una importante empresa comercial, fundamentalmente en la venta de vino. Esplendor del que todavía da cuenta la maravillosa “Casa Cingolani”, mansión ornamentada con racimos y figuras alusivas, al estilo art nouveau, la que desde hace un siglo (su fachada fija su construcción en el año 1914) embellece al Barrio Candioti en la esquina de calle Ituzaingó y Belgrano.

Su presencia contribuyó con creces al desarrollo del patrimonio artístico de la ciudad, logrado además por la importante obra que despliega junto a Francisco Marinaro. En Santa Fe funda su propia academia en la sede de la Unione e Benevolenza, enseñando las técnicas quattrocentesche, la perfección del dibujo y su talento para el detalle caracterológico, demostrado en las espléndidas “cabezas”, bocetos de manos y autorretratos. En la ciudad desarrolló su primado en la pintura al fresco con motivos religiosos. Su cuadro capital es el que representa en la Iglesia de la Compañía de Jesús la escena del sudor milagroso donde aparecen 30 figuras de tamaño natural y transparentado realismo que miran el prodigio del 6 de mayo de 1635. En 1927 pinta también, el Camarín de la Virgen de Guadalupe (hoy desaparecido). Su obra se aprecia además en la bóveda y medallones del Convento de Santo Domingo y en la bóveda central de la Iglesia del Carmen que se encargó de decorar junto al maestro Marinaro. Muchas otras obras de caballete y sus magníficos retratos, integran el patrimonio de museos y colecciones particulares. Catalina Pistone afirma que sus telas “reflejan la belleza y el candor de un espíritu, un alma noble y sincera; hasta diríamos translúcida. Ese fue el signo de distinción de sus obras” (49). Caillet Bois lo considera el maestro que ha dejado una obra más firme y duradera y menciona en su estudio un tríptico El “viver lieto” de propiedad del Dr. Elías Guastavino y “El lego” de San Francisco, propiedad del Dr. Santiago Colli. (1945:30). Taverna Irigoyen (1992:18) considera que los frescos renacentistas de la Iglesia del Carmen constituyen una auténtica hagiografía carmelita.

Durante su última época se dedicó a paisajes con imágenes de más libre pronunciamientos.